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Edgardo Ribeiro

· septiembre 27, 2016 · Arte , Pintura ·

[blockquote]El pintor, el maestro…[/blockquote]

Llego hasta Las Delicias, a la casa de este gran maestro de la pintura uruguaya, donde está radicado desde hace muchos años con su esposa. Me recibe con esa paz que tanto lo caracteriza y que expresa en su andar, su hablar, su sonreír.

La senda que ha transitado, se pierde en el departamento de Artigas. En Catalán, paraje de nacimiento de dos grandes de la pintura uruguaya: Alceu y Edgardo Ribeiro. Nuestro entrevistado recuerda su infancia en que fue escolar hasta 5º año de Escuela Pública y explica: “Mi padre me necesitó en el campo. Y trabajé intensamente, fui un gran jinete. También dibujaba”.

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En Artigas, la Intendencia, les dio una beca para estudiar en Montevideo. Rememora: “Viajamos en ferrocarril, durante veinticuatro horas. Bajamos en la Estación Central, no sabíamos dónde ir. En eso vemos pasar unos gauchos. Los seguimos. Por muchos meses nos trasladábamos a pie a cualquier parte de Montevideo. […] Comenzamos las clases en el Centro de Bellas Artes.

Un arquitecto amigo los lleva al Taller Torres García.“En ese entonces don Joaquín tenía cinco alumnos; sus dos hijos, Augusto y Horacio, Rosa Acle, Julián Alvarez y Héctor Ragni”.

Era 1939. Este encuentro marcó su vida como la de tantos artistas plásticos uruguayos. Fue una época extraordinaria para nuestra cultura. “En el Taller había una escalera de madera y a eso de las cuatro de la tarde, sentíamos unos chirridos en la misma: era el maestro que llegaba. Muy correctamente nos indicaba lo que debíamos corregir. O con la espátula rascaba y lo que habíamos hecho, desaparecía.”

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«El Maestro Joaquín Torres García»

Ya hacía cerca del año que estaba en el Taller cuando frente a una naturaleza muerta que pintaba, el maestro le dice: —Esto sí que está bien—. Cuando aún el joven no salía de su asombro, Torres saca la espátula y la borra. Antes de que pudiera reaccionar, escucha: “Es que si le salió bien una vez, tiene que haber otras veces, para que yo lo crea.” Ribeiro vivía con Manolo Lima, la situación económica era apremiante. En ese momento, en 1941, se realiza un llamado para el Salón Nacional. Recibe una mención.

PROYECCION

Luego concursa y se va a Minas. Arma el Taller Torres García, primero en el Teatro Lavalleja. “Empieza mi vida de docente”, aclara. Aún funciona ese Taller. Allí conoció a Casimiro Motta, que comenzó como alumno y después fue docente en el mismo lugar. Edgardo viajó a Rocha, a Artigas, a San José y a Montevideo para dar clases. Luego vendría a Maldonado, después de largos años en España.

Primero viaja por América toda. Luego Europa. Después de recorrer y realizar exposiciones individuales y colectivas llega a Mallorca donde se queda largo tiempo.

Caminando por sus calles, un día, se encuentra frente a una vidriera llena de pomos de óleo, pinceles, cuadros… Eran tres hermanos que vivían allí. (Esa casa está declarada hoy, Monumento Nacional, en homenaje al maestro que tanto enseñó en ella). En la parte superior del comercio estaba el resto de esa casa: ¡con doce ventanas al exterior!, dice aún maravillado. Se la ofrecían para Taller. Se instala. Una alumna, Dolores, era hija de un médico muy conocido. Esto le valió que, con la recomendación hecha por el profesional a las familias, el número de alumnos lo sobrepasara. Durante once años enseñó y pintó en Mallorca.

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«Constructivo»

TRASCENDENCIA

El gran retratista que es Edgardo ha realizado obras que están en Museos, como el de Puerto Rico, en Venezuela, en ciudades: Mallorca, Madrid, Paris, Montevideo, Buenos Aires… Los paisajes. Un realismo hecho del conocimiento y dominio poderoso de sus temas, logrando una versión siempre vigorosa del paraje que eligió.

En La Paloma, (Rocha) donde conoce a los pescadores, estos son motivo de sus retratos. Había ido con sus alumnos del Taller de Maldonado. Allí conocieron a Lucho, un ceramista que tenía un deseo profundo de pintar. Edgardo le llevó pinceles y telas. Lucho, el pintor le cambió obras suyas al Presidente de la República Batlle Berres, por una heladera, entre otros “negocios” que hizo con lo que pintaba. El maestro se ríe, recordando…

Ahora estaba en los paisajes que guardaba en su interior:

Apuntes de Paris. Hoy los lleva a la tela, allí en su taller. Rodeado siempre de alumnos ávidos de la palabra y las enseñanzas del maestro. Y él sereno pinta, escribe una novela, mira el mar y se pregunta:

[blockquote]¿Si el azul es un ensueño qué será de la inocencia?[/blockquote]

Federico García Lorca.