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José Gurvich

· julio 24, 2017 · Arte , Pintura ·

Recorrer la obra de Gurvich es girar en un mundo poético-plástico de infinitas proyecciones, de personalismos, signos y símbolos. Allí caben la pareja, los trabajos, el Cerro, el Kibutz, Nueva York, las ceremonias judías y los temas bíblicos, los actos  de la vida, los mitos y los ritos… La Babel de este pintor oceánico, la extrae de su profunda vida interior, de su soledad comunicada.

– Jorge Castillo

INICIOS

José Gurvich nació  en Jieznas (Yezna en yiddish), pueblo de Lituania, su verdadero nombre era  Zusmanas Gurvicius.

En 1932 emigró a Uruguay junto a su madre y su hermana, ya que su padre había llegado años antes.

En 1942 ingresó en la Escuela Nacional de Bellas Artes, bajo la dirección de José Cúneo. Estudia violín con el profesor Julber. Conoce a Horacio Torres (hijo de J.Torres García).

En 1945 ingresó al Taller Torres García y se integró a la Escuela del Arte Constructivo.

 

SU OBRA

Su obra abarca la pintura, la cerámica, madera y murales.

Desde 2005 abrió en Montevideo el Museo Gurvich con trabajos que su esposa e hijo  otorgan, justamente para difundir  su obra  y las publicaciones sobre su vida y trayectoria.

En 1957 comienza un cuaderno de notas, donde expresa sus sentimientos y la razón de su quehacer.

Dice:”Ni vergüenza, ni vanidad ni espero la eternidad al comenzar este cuaderno son cosas que van saliendo, y como en esos momentos estoy en la más completa soledad solo quiero testimoniar estas cosas del alma”

Más adelante agrega: “Creo que expresarse es una forma de comunicación humana, la de revelar lo que aprisiona el alma.”

Si bien es trascendente su formación en el Taller Torres García, en la estructura de su pintura, Gurvich muestra  un lenguaje personalísimo acorde con el mundo que lo conmueve  y así nace el creador independiente. Cada cuadro es una ventana a lo imaginario, para él  en pintura “todo gira y se mueve al compás de un ritmo interior y  todo se coloca en el espacio según la necesidad de vida plástica.”

TRASCENDENCIA

Desde 1950 realizó viajes a Europa. Creó escenografías para diferentes grupos teatrales.

En ese continente quedó maravillado por las obras de Brueghel, El Bosco y Marc Chagall.

Sus obras se expusieron en Roma, Nueva York, Washington, Buenos Aires y Santiago de Chile.

A fines del 60 se trasladó a Israel donde vivió como un campesino en un Kibutz (Manuel Menashe).

En Uruguay  realiza varios murales: uno para la Caja de Pensiones del Frigorífico del Cerro, actualmente se encuentra en perfecto estado en las oficinas del BPS en la Plaza Matriz. Otro fue hecho en la casa  de Maihlos en Punta del Este, fue rescatado por la familia Gurvich.

Otro en el edificio  Reims de la calle Sarmiento que también se rescató para la familia.

Cuando sus padres y hermana se van al Kibutz él en su casa del Cerro de Montevideo, instala su taller: uno para cerámica y otra parte para pintura.

Sobre su obra  ya en Nueva York,  Juan Manuel Bonet nos dice: “ Gurvich  figuró la calle , las señales del tráfico, los anuncios, los metros…”

Absorbía todos los colores, los plasmaba en las formas  y el placer  espacio temporal de sus espirales.

Tras su fallecimiento  su obra empieza a ser exigida por Galerías y Museos como los de José Luis Cuevas en México, un Museo de Israel, el Museo de California, el Museo Nacional de Bellas Artes de Chile y el Museo Torres García de Montevideo.

Así como las Galerías de Nueva York, Buenos Aires, Barcelona y Madrid.

Sus obras siguen exponiéndose no sólo en el Museo que lleva su nombre si no en el mundo entero.

A los 47 años de edad fallece en Nueva York, en un atardecer gris y tormentoso. Tenía tantas obras entre manos, tantos hilos tendidos. Su vida se acaba mientras pintaba una fiesta judía.

Gurvich no sólo fue un gran artista, fue un gran hombre, sensible y generoso. Lleno de tristezas que expresaba en su pintura o en sus cerámicas, que lo ubican como uno de los grandes en el mundo.